El TTIP, huida hacia el abismo

El pasado mes de julio, el Parlamento Europeo votó un primer informe sobre el acuerdo de libre comercio entre la UE y los EEUU, el conocido como TTIP. Se trataba de dar una cobertura democrática a unas conversaciones que de hecho ya se estaban produciendo con gran secretismo desde hacía meses.

El informe fue aprobado con el voto en contra del grupo al que pertenezco, los Verdes-ALE. Muchos de nosotros alzamos carteles y mostramos nuestras camisetas reivindicativas. Era una protesta simbólica, como muchas de las que se realizan en aquel parlamento con la esperanza de que la ciudadanía haga un poco más de caso a lo que allí se trata.

Y de repente mi vecina de escaño, una simpática socialista italiana, estalló de rabia y en la interlengua latina en qué nos comunicamos –una mezcolanza de francés-italiano-español-catalán-, me acusó de ir contra el futuro de Europa, contra el bienestar de su población, contra los agricultores que quieren exportar su producción más allá del Atlántico, contra el progreso inevitable… Su reacción me pilló por sorpresa puesto que hasta el momento habíamos llevado bien eso de ser “diputados de frontera”.

Pero la actitud hacia el TTIP es algo que difícilmente puede ser tratado como una disputa política más. Enfrentar a un partidario y a un detractor es como juntar a un integrista religioso con un escéptico volteriano. Unos, los detractores, esgrimimos argumentos, mientras que los otros, los partidarios, se aferran a una fe, como todas las fes, ciega e incontestable.

Las condiciones idóneas de diálogo, aquellas que tanto se empeñó en definir Habermas, son prácticamente imposibles de conseguir. No se puede discutir sobre la fe, se la acata y punto. Y el TTIP se ha convertido en el dogma supremo para la gran coalición de populares, socialistas y liberales que manda, más que gobierna, en Europa.

Para la Comisión Europea que preside el luxemburgués Jean Claude Juncker, la aprobación del TTIP es una prioridad absoluta. Más que eso; si miramos con calma lo que la Comisión ha hecho hasta ahora –ir marcha atrás y retirar directivas sociales y ambientales que ya estaban a punto de aprobarse, y anunciar un falso “nuevo” plan de inversiones con dinero que ya estaba presupuestado en proyectos que ya se conocían- descubriremos que el TTIP es su única apuesta: todo a una carta.

¿A qué carta? A la carta de la desregulación. Hay que eliminar reglas, barreras, obstáculos para que el comercio y el capital fluyan sin descanso. Menos preocupaciones sobre las condiciones de trabajo o las “externalidades negativas” de los procesos de producción, aquí lo que hace falta es echar más leña al fuego del comercio y las transacciones financieras. Como propugna ese otro dogma neoliberal que pocos se atreven a poner en duda, en cuanto el dinero corra sin trabas de aquí para allá, el Mercado, ese dios sin altar, se encargara de lo demás y “reajustará” los posibles desequilibrios sociales: la crisis se acabará y todos –unos más que otros pero eso es inevitable- contentos.

Ante la terrible crisis que atenaza Europa y que ha sumido en la pobreza a un porcentaje enorme de sus habitantes del sur (también en el este, también en Irlanda y también en el norte aunque menos), la Gran Coalición reacciona aplicando dosis masivas de la misma droga que nos ha llevado hasta aquí.

Las delirantes maniobras especulativas de los bancos del norte –nutridos con unos fondos de pensiones que hay que asegurar aunque nadie sabe bien cómo- se han salvado de momento con el sufrimiento de los pueblos de sur, obligados por sus dirigentes corruptos a asumir una terrible deuda que no contrajeron, que era privada, y ahora será suya –será nuestra- hasta la muerte.

Pero incluso los neoliberales más recalcitrantes saben que la próxima crisis especulativa ya no habrá quien la pague y ante eso algo hay que hacer.

Pero pedir a un integrista que renuncie a su fe es un esfuerzo inútil. La Gran Coalición no puede ni siquiera pensar en un modo diferente de encarar el futuro europeo. Ideas como luchar contra el fraude y los paraísos fiscales, armonizar fiscalmente la UE, asegurar ante todo la justicia social, buscar la sostenibilidad ambiental… resultan absolutamente inconcebibles.

Y puesto que no hay otra alternativa que continuar por la misma senda, nada mejor que dar otra vuelta de tuerca con el amigo americano, que entendió antes que nosotros que con leyes laborales y medioambientales abusivas no se va a ningún lado. A desregular, que luego todo se andará.

Por eso, los argumentos contra los tribunales privados de arbitraje previstos en el TTIP, que suponen una justicia alternativa y sin control público al servicio de las grandes empresas, las advertencias sobre la invasión de alimentos tratados con productos prohibidos en Europa, el miedo a que las grandes empresas americanas impongan aquí sus lamentables condiciones laborales, el riesgo de perder la protección de las denominaciones de origen o el temor a que el fracking llene nuestras montañas de agujeros y nuestras aguas de gas, son intentos vanos de convencer a quien no puede ser convencido. ¿Y de los socialistas europeos? ¿Podemos esperar algo? Ya se sabe que la fe del converso es aún más temible.

Continuamos, pues, por el mismo camino que nos ha traído hasta aquí; el TTIP no es más que un paso agigantado por esa senda que ha llevado a Europa a unos niveles de pobreza y miseria que muchos no conocíamos más que por los relatos de nuestros ancianos, y que ahora sufrimos en directo sin que esos dirigentes emborrachados de neoliberalismo ni siquiera lo vean. En su ciega embriaguez sólo pueden apretar el acelerador.

[Article publicat originalment en Público.es]

Arxivat en: Blog

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